¿Viste que salió el sol?, como siempre pasa. Quizá te lo perdiste mientras estabas enfrascado reclamándole al mundo perfección. Yo solía decirte que lo perfecto es enemigo de lo bueno y lo sigo pensando. Vos señalabas todas las cosas imperfectas que nos rodeaban, incluso las que no estaban rotas, pero nunca hacías nada para soltarlas si no te gustaban.

Ya sé que son formas de ver, pero en medio de eso nos perdimos, vagando cada uno por su lado, sin rumbo, o con rumbos distintos, extraviados en nuestras versiones de la verdad y sordos a la palabra del otro.

A veces pienso que no supe tenderte una mano para invitarte a pasear conmigo sino hasta que fue demasiado tarde. La psicología moderna lo llama “problema de comunicación”. Sabina, “incompatibilidad de caracteres”.

Igual a mí me gusta lo “ferpecto” la verdad. No me disculpo, es lo que me sale con lo que me quedó después de tanto camino recorrido.

Me gustaba lo nuestro porque era ferpecto, un caos controlado o controlable; yo creía ser el caos y vos la cordura, porque alguien tenía que serlo. Al final era miedo a irme.

Siempre me enamoré de los rebeldes o fugitivos, mercenarios del amor destinados a hacer una carnicería con mi psiquis. Tal vez en el fondo creía que me lo merecía. Ya no me pasa o por lo menos cazo la onda más rápido.

Ahora añoro la calma, tierra firme, total, para locura sobra con la mía que es como una caja de pandora que a veces permanece cerrada por largos períodos, que saben a gloria y pseudociencia para el pueblo.

Cuando eso pasa, me desarmo, dejo mis armas, entiendo por qué el universo te trajo hasta mi orilla, iluminando todas las cosas que antes creía importantes y ahora parecen sólo accesorias. Gracias.

Si tuviera las palabras exactas para explicarlo llenaría todas las hojas en blanco en esta casa, y los márgenes de los libros, como ese que compré una vez y nació así. El arte y el amor se parecen en eso, saben hacerse lugar sin necesidad de abrirse paso a los empujones.