Cuando estaba en la facultad iba casi siempre al mismo baño que tenía una puerta en la que decía “M.C. hacéme un hijo”. Casi se podían sentir los gritos desesperados de la escriba y su óvulo al leer aquellas líneas.

El destinatario de dicho mensaje no se enteró sino hasta el último año de cursado, en que nos volvimos muy buenos amigos y decidí contarle algunas de las cosas que su ser generaba en mis colegas ovuladas y que, tan elocuentemente, habían sido versadas en la puerta de un baño de la Universidad Nacional de Rosario.

Yo igual nunca terminé de entender a los escribas de las puertas de los baños, onda, “Roberto, sos el amor de mi vida”. En esa época Roberto no se iba enterar nunca, ahora existen los baños mixtos y eso ya es un mundo más comunicativo e implica más chances para Roberto de encontrar el amor, así más no sea en un cubículo del segundo piso de la Facultad de Políticas de la UNR.

Pero qué será lo que motiva ese momento de irracionalidad mingitorio-literaria; quizás sea ese momento de la relajación de esfínteres que deja aflorar un yo filosófico que yacía contenido y, cuando mezclado con el estado de enamoramiento y las hormonas, necesita ser intempestivamente expresado de algún modo.

Dicho esto, en mi paso por los baños femeninos de mi querida casa de estudios, llegué a la conclusión de que si uno se pone a analizar las variantes de escritura mingitoria hay mucha diversidad: desde el famoso escrito ATP que dice “Milton te amo”, pasando por la variante religiosa “¡¡¡¡Dios!!!! cómo no te das cuenta que te está usando y que yo te quiero” o “¿¡¡Dios, cómo no te das cuenta que te amo!!?” −en esa época una de las obvias razones para que no se dé cuenta era, mi querida, escribir el mensaje en el baño equivocado.

Hasta llegar a confesiones de carga psiquiátrica dudosa como “Martín, si te agarro te doy vuelta como una media. ESCRIBIIIIMEEEEEE” e incluso el famoso rayón de bronca hecho con llaves sobre un nombre masculino y con una nota de esmalte color carmesí como coronando ese mágico arte con una promesa cuasi de sangre hacia un otre.

Pero no todo es canchondeo y amor en la Viña del Señor; históricamente las puertas de los baños de algunos lugares son templo para el rezo de múltiples creencias, inclusive aquellas confesiones frustradas de una vida en sociedad que a veces nos quiere obligar a justificar nuestro ser como “La celulitis no es un defecto. Esos agujeritos quieren decir “estoy buena” en braille”. Hasta la grieta se ha hecho hueco en los meaderos con un clásico como “Kristina chorra”, “Macri gato” y ahora “Presi duende”. Tal como dice la frase, el baño es el lugar donde termina todo el arte de un cocinero, por más gourmet que sea.

Y finalmente, está este tema de que las mujeres (no podría decir la verdad si sólo las féminas) vamos al baño de a dos. Son variados los mitos circundantes en torno a este ritual sociológico, especialmente en la nocturnidad.

Para dar un poco de claridad a tales versiones, la verdad es que quien suscribe, al menos, va al baño con sus amigas porque la vejiga se nos va achicando, la cerveza te hace mear mucho y, pues, borracha, aunque también por amor al chisme en general y por amor a la histeria también: allí se evalúan los prospectos amorosos de la noche y se decide, aunque puede fallar. Pues ante todo, nunca se desaprovecha la oportunidad de involucrarte con el próximo toxi de tu vida.

Debido a esto, estamos en condiciones de afirmar que el baño de mujeres es más que un baño para nosotras, o al menos para mí: por momentos es como el consultorio de tu psicóloga, la oficina de tu asesora de imagen o de tu consultora sentimental, el living de la casa de tu mejor amiga donde contás todo; pero sobre todo por aquellas épocas universitarias solía ser el único lugar donde los hombres no podían entrar más que cuando querían hacer trampa.

Pues bien, hechas estas pertinentes aclaraciones, sepan que allí donde siga existiendo un baño sólo de mujeres los estaremos esperando, por lo menos hasta que la universalidad de los baños mixtos se imponga.


[1] Texto original: “Vestida, loca y alborotada”. Pico (2017).